El aire es húmedo y frío cuando desciendes por la escalera de piedra. Cada paso hace eco, como si el túnel estuviera respirando a tu ritmo. Al llegar al final del descenso, tu linterna ilumina una sala circular, cuyo centro está ocupado por un pozo abierto. De ese abismo asciende una corriente constante de murmullos: voces susurradas, algunas llorosas, otras furiosas… y todas incomprensibles. En las paredes ves relieves tallados, figuras humanoides con la boca cosida. El polvo sugiere que nadie ha entrado aquí en mucho tiempo. Pero hay tres detalles que llaman tu atención: Una puerta metálica semiabierta a tu izquierda, con un olor leve a hierro y moho. Una mesa ritual rota, con un libro negro cerrado y atado con cadenas finas. Un rastro de huellas recientes que bordean el pozo… y se detienen justo en el borde. Las voces del pozo crecen cuando te acercas. Por un instante, una frase se distingue entre el caos: “No mires abajo…”